La letra escarlata by Nathaniel Hawthorne

La letra escarlata by Nathaniel Hawthorne

autor:Nathaniel Hawthorne [Hawthorne, Nathaniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1850-01-01T05:00:00+00:00


11. - El interior de un corazón

Después del incidente que acabamos de referir, las relaciones entre el clérigo y el médico fueron de un carácter muy distinto al que hasta entonces habían tenido, a pesar de que desde fuera parecieran las mismas. La inteligencia de Roger Chillingworth tenía ahora ante sí un camino suficientemente llano. En realidad no era el que había pensado seguir. Aunque parecía tranquilo, amable y desapasionado, sospechamos que había en el desventurado anciano un tranquilo fondo de malicia, hasta entonces latente, pero ahora activo, que le impulsó a imaginar una venganza más íntima que la que mortal alguno tomó contra un enemigo. ¡Convertirse en su único amigo de confianza, a quien el clérigo confesara todos sus temores, remordimientos, agonías, arrepentimientos inútiles, la vuelta de los pensamientos pecaminosos, expulsados en vano! ¡Toda aquella tristeza del culpable —ocultada al mundo, cuyo gran corazón la habría compadecido y perdonado—, iba a serle revelada, a él, el Despiadado, el Implacable! ¡Con este hombre, la deuda de la venganza sólo quedaría saldada con la entrega de ese tesoro!

La reserva tímida y sensitiva del clérigo había desbaratado ese proyecto. Roger Chillingworth, sin embargo, no se sentía insatisfecho con la cara que ofrecía el asunto: la Providencia, utilizando al vengador y a su víctima para sus propios fines, y quizá perdonando donde parecía que debía castigar, había introducido cambios en sus negros propósitos. Casi podía decir, al menos, que le habían otorgado una revelación, y, para sus proyectos, poco le importaba que procediese del cielo o de cualquier otra parte. Gracias a ella, creía que en todas las relaciones posteriores que mantuvieran él y Mr. Dimmesdale, no sólo la apariencia externa sino también lo más profundo del alma de este último habían de brotar ante sus ojos de tal modo que podría ver y comprender cada uno de sus movimientos. Así llegó a ser no sólo espectador, sino protagonista del mundo íntimo del pobre pastor. Podría jugar con él a capricho. Si deseaba despertar en él un estremecimiento de agonía, la víctima estaba para siempre en el potro del tormento; lo único que se necesitaba era conocer el resorte que controlaba el aparato: ¡y qué bien lo conocía el médico! Si deseaba espantarle con un terror súbito, como si utilizase una varita mágica, surgía el fantasma espectral, miles de fantasmas, en distintas formas, de muerte, o de vergüenza más espantosa todavía, volando alrededor del clérigo y señalando su pecho con los dedos.

Puso todo esto en práctica con astucia tan perfecta que el pastor, aunque constantemente tenía la débil sensación de alguna influencia maligna cerniéndose sobre él, nunca pudo tener conocimiento de su auténtica naturaleza. Cierto que miraba con dudas y terror —incluso con horror y con la amargura del aborrecimiento algunas veces— la deformada figura del viejo médico. Sus gestos, su modo de andar, su barba gris, el más leve e indiferente de sus actos y hasta la misma forma de vestir resultaban odiosos a ojos del clérigo; lo cual demostraba implícitamente que



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